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    30 octubre 2010

    En el centenario de su nacimiento, Miguel Hernández nos interpela





    Foto realizada por Zoriah

    El hambre, por Miguel Hernández

    I

    Tened presente el hambre: recordad su pasado
    turbio de capataces que pagaban en plomo.
    Aquel jornal al precio de la sangre cobrado,
    con yugos en el alma, con golpes en el lomo.

    El hambre paseaba sus vacas exprimidas,
    sus mujeres resecas, sus devoradas ubres,
    sus ávidas quijadas, sus miserables vidas
    frente a los comedores y los cuerpos salubres.

    Los años de abundancia, la saciedad, la hartura
    eran sólo de aquellos que se llamaban amos.
    Para que venga el pan justo a la dentadura
    del hambre de los pobres aquí estoy, aquí estamos.

    Nosotros no podemos ser ellos, los de enfrente,
    los que entienden la vida por un botín sangriento:
    como los tiburones, voracidad y diente,
    panteras deseosas de un mundo siempre hambriento.

    Años del hambre han sido para el pobre sus años.
    Sumaban para el otro su cantidad los panes.
    Y el hambre alobadaba sus rapaces rebaños
    de cuervos, de tenazas, de lobos, de alacranes.

    Hambrientamente lucho yo, con todas mis brechas,
    cicatrices y heridas, señales y recuerdos
    del hambre, contra tantas barrigas satisfechas:
    cerdos con un origen pero que el de los cerdos.

    Por haber engordado tan baja y brutalmente,
    más abajo de donde los cerdos se solazan,
    seréis atravesados por esta gran corriente
    de espigas que llamean, de puños que amenazan.

    No habéis querido oír con orejas abiertas
    el llanto de millones de niños jornaleros.
    Ladrabais cuando el hambre llegaba a vuestras puertas
    a pedir con la boca de los mismos luceros.

    En cada casa, un odio como una higuera fosca,
    como un tremante toro con los cuernos tremantes,
    rompe por los tejados, os cerca y os embosca,
    y os destruye a cornadas, perros agonizantes.


    II

    El hambre es el primero de los conocimientos:
    tener hambre es la cosa primera que se aprende.
    Y la ferocidad de nuestros sentimientos,
    allá donde el estómago se origina, se enciende.

    Uno no es tan humano que no estrangule un día
    pájaros sin sentir herida la conciencia:
    que no sea capaz de ahogar en nieve fría
    palomas que no saben si no es de la inocencia.

    El animal influye sobre mí con extremo,
    la fiera late en todas mis fuerzas, mis pasiones.
    A veces, he de hacer un esfuerzo supremo
    para acallar en mí la voz de los leones.

    Me enorgullece el título de animal en mi vida,
    pero en el animal humano persevero.
    Y busco por mi cuerpo lo más puro que anida,
    bajo tanta maleza, con su valor primero.

    Por hambre vuelve el hombre sobre los laberintos
    donde la vida habita siniestramente sola.
    Reaparece la fiera, recobra sus instintos,
    sus patas erizadas, sus rencores, su cola.

    Arroja los estudios y la sabiduría.
    y se quita la máscara, la piel de la cultura,
    los ojos de la ciencia, la corteza tardía
    de los conocimientos que descubre y procura.

    Entonces sólo sabe del mal, del exterminio.
    Inventa gases, lanza motivos destructores,
    regresa a la pezuña, retrocede al dominio
    del colmillo, y avanza sobre los comedores.

    Se ejercita la bestia, y empuña la cuchara
    dispuesto a que ninguno se le acerque a la mesa.
    Entonces sólo veo sobre el mundo una piara
    de tigres, y en mis ojos la visión duele y pesa.

    Yo no tengo en el alma tanto tigre admitido,
    tanto chacal prohijado, que el vino que me toca,
    el pan, el día, el hambre no tenga compartido
    con otros hambres puestas noblemente en la boca.

    Ayudarme a ser hombre: no me dejéis ser fiera
    hambrienta, encarnizada, sitiada eternamente.
    Yo, animal familiar, con esta sangre obrera
    os doy la humanidad que mi canción presiente.

    2 comentarios:

    Toni Solano dijo...

    Hay una versión del poema a cargo de los Reincidentes. La puse hace unos días en el blog de 3º de ESO junto a otra versión rapera de Nach.
    Un saludo y gracias.

    Una que vive dijo...

    Desde el tercer mundo leo tu siempre afable y compartido blog. Esta entrada me cala, porque no parece haber 100 años entre sus sentidas palabras y lo que es nuestro día a día.

    Te mando un saludo afectuoso.