Sin hombres no hay cultura por cierto,
pero igualmente, y esto es más significativo,
sin cultura no hay hombres.
Construimos a lo largo del tiempo rutinas de pensamiento y actuación que nos sirven para saber cómo comportarnos en cada lugar y momento y ante cada persona o situación. Esas rutinas las interiorizamos hasta que se pegan a nuestro cuerpo, hasta que son forma de ser y las vemos como normales, naturales: las rutinas se convierten en habitus. Rutinas de pensamiento y actuación compartidas entre sujetos constituyen las culturas.
Actuar según la cultura dominante es recompensado; enfrentarse a ella es castigado siempre, simbólica o físicamente. Y la recompensa o el castigo no están relacionados necesariamente con la bondad o la maldad de los actos, sino con la sintonía con la cultura dominante.
Pero, ¿cómo podemos cambiar?¿Cómo podemos romper con aquellas rutinas que nos atan, que nos empobrecen o que nos destruyen?¿Cómo podemos sustituirlas por otras formas de pensar y actuar más generosas, más solidarias, más sanas o más justas?
¿Cómo puede el obeso dejar de comer, el fumador dejar de fumar, el adicto al trabajo dejar de trabajar?¿Cómo pueden el machista o el racista dejar de serlo?¿Cómo puede el agresor dejar de pegar y matar?
¿Cómo podemos renovar nuestro habitus?¿Cómo podemos reescribir nuestras culturas? En la respuesta a estas preguntas nos va la vida a todos.
Fin de año se acerca: es momento de buenos propósitos.