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La educación exige optimismo: quien carezca de esta virtud mejor que se dedique a otro oficio. Las lecciones de historia son incontestables: sólo se avanza a partir de la pedagogía de la esperanza. Una esperanza que se refugia y confía en la utopía, que da sentido a lo que se hace, energía para encarar la realidad y alas para ensanchar la mirada y volar hacia el futuro. Una utopía que apunta a soñar en grandes transformaciones sociales pero que se apoya, también, en los pequeños cambios que van experimentando las vidas de los sujetos, mediante las diversas palancas y oportunidades que ofrece la educación. Porque la utopía es, al propio tiempo, un modelo de escuela y sociedad al que se aspira y un proceso que se va gestando paso a paso, que proporciona satisfacciones imprevistas e impagables.
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